18 DE AGOSTO DE 2013
La doctrina de la regeneración pertenece al núcleo de la visión bíblica de la salvación y es un término que es compartido por todas las tradiciones cristianas en sus consideraciones respectivas en cuanto a lo que significa ser salvo.
Ser regenerado por Dios es el acto por el cual Dios mismo vuelve a crear la vida de otra manera en una persona muerta.
La regeneración es, por consiguiente, el punto de entrada de una vida salvada. Reconociendo la evidencia bíblica, Packer lo resume de esta forma: Regeneración “significa renacer (palingenesia): habla de una renovación creativa forjada por el poder de Dios”. [i]
En la superficie la acepción de la palabra es bastante clara y todas las tradiciones cristianas la reconocen. La diferencia entre ellas no está tanto en la palabra en sí misma sino en los “universos” teológicos en los que establecen la palabra con el fin de darle sentido.
Una palabra teológica no es una unidad independiente. Aunque posee su propio peso semántico, también está definida por el contexto en se encuentra, la red de referencias que están asociadas con la misma, quien está implicado en promulgarla y también las prácticas que la preceden, la acompañan y la siguen. En otras palabras, la regeneración como vocablo puede tener un significado que es común para todos, pero la regeneración como doctrina puede señalar diferentes direcciones teológicas dependiendo de la manera en que se interpreta.
A continuación exploraremos como entiende el catolicismo romano la doctrina de la regeneración especialmente tal como está expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1994. [ii] Esta fuente autoritativa magisterial es una explicación reflexiva y comprensiva de la fe católica y es el mejor sitio para entender lo que la Iglesia católico romana cree sobre la regeneración.
CATECISMO Y REGENERACIÓN
Nuestro objetivo es examinar el vocabulario utilizado por el Catecismo en cuanto a la regeneración se refiere. No parece que haya una definición técnica y específica del término, pero el Catecismo usa la palabra asociándola con otros vocablos y expresiones litúrgicas y bíblicas que contribuyen a su definición. Al hacerlo así indica aproximadamente el significado de la regeneración por el modo de conectarla con palabras similares.
Como un evento dado por la vida, la regeneración se relaciona con un “nuevo nacimiento” o un “re-nacimiento” (p.e. 1213; 1270). Por tanto, el Catecismo traduce la palabra derivada del griego (re-generación) por las palabras relacionadas con el nacimiento.
En otra área metafórica, la regeneración se vincula a la transición de la oscuridad a la luz (p.e. 1250) y a la renovación interior de uno mismo y la purificación de los pecados (p.e. 1262). Por otra parte, la regeneración está además asociada con la entrada en el Reino de Dios (1263). Hay referencias bíblicas en todas partes para apoyar cada uno de los significados.
No obstante, lo que es más sorprendente es la relación que el Catecismo contempla entre la regeneración y el sacramento del bautismo. Más que sus matices bíblicos y su significancia teológica, es esta inherente asociación lo que en última instancia define el entendimiento de los católico romanos de lo que es el núcleo de la regeneración.
REGENERACIÓN SACRAMENTAL
Como es bien sabido, el Catecismo está estructurado según el orden del Credo de los Apóstoles (la profesión de fe), seguido por la presentación de los sacramentos (la celebración del misterio cristiano), la vida cristiana incluyendo los diez mandamientos (vida en Cristo), y la vida de plegaria que está centrada en la oración del Señor.
En este marco general, es interesante notar donde está colocada y tratada la regeneración teológicamente. No se encuentra en la sección sobre la obra de Cristo ni en la sección acerca del ministerio del Espíritu Santo, sino que pasa a primer plano en la segunda parte que se ocupa de los sacramentos de “la” Iglesia.
Entonces, doctrinalmente, la regeneración, aunque orgánicamente relacionada con la obra del Dios Trino, está expresamente unida al ministerio sacramental de la Iglesia. Desde un punto de vista sistemático, el mapa teológico católico romano coloca la regeneración bajo la rúbrica de la liturgia de la Iglesia antes que en el capítulo que habla de la salvación de Dios.
Más concretamente, es el sacramento del bautismo que juega un papel fundamental para producir la regeneración. Es en el contexto del bautismo donde la doctrina católica de la regeneración se explica detalladamente.
El Santo Bautismo católico es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu (vitae spiritualis ianua) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios; llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a “la” Iglesia y hechos partícipes de su misión: “El Bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra” (1213).
La cita final procede del Catecismo Romano de 1566 (II, 2, 5), que se publicó como resultado del Concilio de Trento.
Nótese, sin embargo, que no hay ninguna referencia de las Escrituras para apoyar esta doctrina, sino que más bien parece la combinación de diferentes palabras bíblicas a las que se ha dado una predisposición sacramental.
Esta ausencia de soporte bíblico es reveladora. En efecto, no hay ninguna evidencia bíblica para apoyar tan importante afirmación doctrinal. En el Catecismo, el bautismo es visto como el sacramento que pacta la liberación del pecado y el re-nacimiento como hijos de Dios. Como la regeneración es el resultado del bautismo y el bautismo es administrado por “la” Iglesia, es silogísticamente evidente que la regeneración no ocurre como un acto de la sola gracia de Dios, recibida por la fe sola, sino como un acto mediado por el sacramento de la Iglesia que promulga el resultado deseado.
Ampliando su enseñanza sobre el bautismo como el que efectúa la regeneración, el Catecismo continúa diciendo que “este sacramento es llamado también ‘baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo’, porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu (1215).
Esta vez el lenguaje proviene directamente de Tito 3:5, pero falta indicar que el pasaje bíblico pone el “baño de regeneración” en el contexto de la bondad y la misericordia de Dios, subrayando que no somos salvos a causa de “las obras hechas por nosotros” sino por “Su propia misericordia”. El centro de todo el pasaje es sólo Dios elaborando su amoroso plan de salvación sin ninguna contribución de cualquier obra de ningún tipo por parte del hombre ni de la iglesia. No obstante, en el Catecismo, es el sacramento que “significa y realmente lleva a cabo” la regeneración. Es el acto del bautismo que hace que el nuevo nacimiento acontezca ex opere operato (por las obras realizadas).
El énfasis se ha desplazado desde el Dios misericordioso que regenera a causa de Su soberana gracia a la Iglesia bautizante que realiza el sacramento de la regeneración. En otras palabras, ha tenido lugar un cambio importante: desde el acto de la divina salvación lleno de gracia a la participación de la Iglesia en el acto salvador y desde el don gratuito de Dios al sacramento eclesiástico ministrado por el sacerdote.
Según el Catecismo, el momento de la regeneración tiene lugar cuando se administra el bautismo. Es la persona bautizada la que es regenerada y, por tanto, ingresa en la vida sacramental de la Iglesia con cuyos sacramentos él/ella recibirá la plenitud de la salvación. [iii] Es a través del bautismo que la persona es perdonada de todos sus pecados (1263), hecha una nueva criatura, adoptada como un hijo de Dios, convertida en miembro de Cristo, coheredera con El y templo del Espíritu Santo (1265).
Es en el bautismo que la persona recibe “la gracia santificante, la gracia de la justificación” (1266) [iv] y es incorporada a la Iglesia (1267-1270). Es el bautismo lo que constituye el vínculo sacramental de la unidad de los cristianos (1271), garantizando, por tanto, el punto de vista católico romano de que la unidad de los cristianos se basa en el bautismo (a pesar de que la mayoría de los bautizados no muestre ningún signo de regeneración).
“ECONOMÍA SACRAMENTAL” Y CONFUSIÓN EVANGÉLICA
Esta visión de la regeneración bautismal es parte del enfoque católico romano de los sacramentos. El Catecismo define este marco teológico como la “economía sacramental” de la fe cristiana (1076). Si se lee lo que dice el Catecismo sobre la regeneración sin captar bien lo que significa la “economía sacramental” se malinterpretará completamente.
Para exponerlo sucintamente, la “economía sacramental” es un punto de vista que obliga a Dios a actuar a través de los sacramentos y, por consiguiente, a través de la Iglesia.[v] Todo lo que Dios hace, lo hace por medio de los sacramentos. Su gracia nos llega a través de los sacramentos. Su salvación nos alcanza a través de los sacramentos. Su obra nos impacta a través de los sacramentos. El problema no es el reconocimiento de la importancia bíblica de los sacramentos, sino su exclusividad en términos de lo que Dios puede hacer. En el origen de los sacramentos, siempre está la Iglesia que los administra, teniendo, por lo tanto, un papel fundamental en la mediación de las acciones de Dios. La palabra regeneración significa un nuevo nacimiento recibido de Dios, pero el mundo de la “economía sacramental” la convierte en un asunto de la Iglesia porque se cree que Dios se obliga a sí mismo a actuar únicamente a través de los sacramentos de la Iglesia. Su gracia es siempre una gracia mediatizada a través de la Iglesia.
Este punto es crucial incluso más allá del tema específico bajo consideración. Cuando los evangélicos tratan de la teología católico romana, tienden a pasar por alto la “dimensión sacramental” de la Iglesia romana. Analizan las palabras comunes, las preocupaciones comunes y el lenguaje común de una forma atomística y pueden llegar a la conclusión de que las viejas divisiones están superadas porque las expresiones son similares.
Por ejemplo, éste es el caso que hay en el libro Is the Reformation Over? (¿Ha terminado la Reforma?) de Mark Noll y Carolyn Nystrom. [vi] En un valioso capítulo que pone de relieve los contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica, los autores argumentan que los “evangélicos pueden abrazar al menos dos tercios del mismo” (119) y que esto se deriva a partir de la “ortodoxia común” basada en los antiguos credos cristológicos y trinitarios. Más adelante, admiten que cuando el Catecismo habla de Cristo, lo entrelaza con la Iglesia hasta el punto de hacerlos uno solo (147; 149), lo cual es inaceptable para los evangélicos que consideran la exaltación de una realidad creada un ejemplo de idolatría.
Así, por una parte, existe una aparente “ortodoxia común” y por la otra, hay una profunda diferencia sobre las doctrinas de Cristo, la Iglesia, la salvación, etc.
Por consiguiente, aquí está la pregunta clave: ¿cómo pueden los evangélicos aceptar “dos tercios” del Catecismo si este documento habla de la Iglesia (Católico Romana) siempre que habla de Cristo, del Espíritu, de la Trinidad y de la regeneración? Los evangélicos hallan difícil discernir la “economía sacramental” en las enseñanzas católico romanas y el resultado es que fácilmente las malinterpretan, limitando su análisis a los asuntos superficiales, sin alcanzar a comprender la totalidad. Sin embargo, la economía sacramental mantiene el sistema unido y hace que sea coherente. Si se falla en apreciar esto, se pierde el punto clave de todo ello.
Al tratar con el catolicismo romano, especialmente en tiempos de una creciente presión ecuménica, la teología evangélica debería intentar ir más allá de las afirmaciones separadas y simples y tratar de obtener un control sobre el marco interno de referencia que usa la teología católico romana. La teología católico romana es más que la suma de sus palabras. Es más bien un complejo, aunque coherente sistema basado en la “economía sacramental” por lo que Dios está obligado a actuar a través de los sacramentos de la Iglesia.
LA LÍNEA DIVISORIA
Estudiando los principios de la fe evangélica, J.I. Packer y Tom Oden nos recuerdan que “el evangelicalismo subraya de forma característica la visión penal-sustitutiva de la cruz y la realidad radical de la enseñanza de la Biblia, el cambio interior forjado por el Espíritu, relacional y direccional, que hace cristiana a una persona (el nuevo nacimiento, la regeneración, la conversión, la fe, el arrepentimiento, el perdón y la nueva creación, todo en y a través de Jesucristo)”[vii]
La regeneración es un cambio interior forjado por el Espíritu que lleva la vida a aquellos que estaban muertos en sus pecados. Para el Catecismo, ésta es una definición defectuosa en tanto que carece de la referencia a la “economía sacramental” por la que “la” Iglesia que administra el sacramento del bautismo provoca la regeneración.
Los católico romanos cuando definen la regeneración utilizan las mismas palabras pero las ponen en un mundo diferente, el de la “economía sacramental”, uno que ha excluido la Sola gratia.
De este modo, la diferencia de la comprensión de la regeneración entre los evangélicos y los católico romanos no radica en algún detalle exegético o en una minucia teológica, sino que se centra nada menos que en la forma en que Dios resuelve su obra de la salvación.
Traducción: Rosa Gubianas
(Este artículo está publicado en Credo Magazine, Julio 2013, pp.63-71 y se utiliza aquí con autorización: www.credomag.com )