64. Entre Trento y Aparecida: la teología de Francisco

28 agosto 2013

Desde su elección el Papa Francisco ha estado impresionando a la opinión pública con sus actitudes extrovertidas, sus costumbres sencillas y su lenguaje encantador. La reciente Jornada Mundial de la Juventud (WYD por sus siglas en inglés) confirmó todas estas cualidades.

La mayoría de la gente parece admirar el nuevo estilo “franciscano” del Papado, o sea, una combinación de modales frugales, énfasis en la misericordia y una aparente accesibilidad.

Son pocos, no obstante, los que se han tomado el tiempo suficiente para ocuparse de la visión teológica de Francisco que inspira su papado.

EL FONDO TRIDENTINO …
El primer paso para embarcarse en esta tarea es la lectura de su primera encíclica Lumen Fidei (5 de Julio de 2013), en la cual Francisco (junto con Benedicto XVI, que es el principal redactor del documento), entre otras cosas, actualiza la teología del Concilio de Trento.

En este documento, sumamente autoritativo, reitera la doctrina de la salvación por la fe mediante los sacramentos y las obras, renovando así el rechazo católico a la afirmación protestante “Sola Fide”, es decir, las buenas noticias de que somos salvados por la gracia sola a través de la fe sola.

La adhesión a Trento y a la Contrarreforma puede parecerle remota, e incluso extraña a Francisco (aunque nunca deberíamos olvidar que pertenece a la orden de los jesuitas), pero la firme evidencia teológica dice lo contrario.

En la doctrina de la salvación fundamental, Trento está todavía vivo y perfecto, quizás en el tono amistoso del papa Bergoglio, pero allí está, intacto como siempre. Mientras que las perspectivas del Papado muestran signos de cambio, el núcleo doctrinal de la Iglesia de Roma se ha confirmado sin avances significativos.

… Y LA VISIÓN DE APARECIDA
La WYD proporcionó otro importante punto de referencia que está en el corazón del programa de Francisco y, por consiguiente, debe ser considerado. Desde Trento, en medio de los Alpes Italianos, viajamos a Aparecida (Brasil), “a la otra parte del mundo”, como lo expresó Francisco.

En 2007 los Obispos Latinoamericanos se encontraron en Aparecida para celebrar su Quinta Conferencia General, donde el entonces Cardenal Bergoglio fue uno de los principales inspiradores del documento final. Es un texto de 165 páginas que define acertadamente a Francisco en cuanto a su lenguaje teológico, su énfasis pastoral y su programa misionero. Aparecida muestra con exactitud la visión teológica del Papa. Debido a su importancia la examinaremos con más detenimiento en un “Desde Roma” futuro.

Para Francisco, Aparecida no es únicamente un documento fundamental; es primero y ante todo un santuario mariano que se construyó para guardar una estatua de María que, según la tradición, fue encontrada en 1717 por un grupo de tres pescadores. Desde 2011, se ha convertido en el mayor destino de peregrinación mariana del mundo.

Durante la semana WYD, en su alocución a los obispos brasileños el día 27 de Julio, Francisco dijo que “Aparecida es la clave interpretativa para la misión de la Iglesia”. Hay algo importante que puede encontrarse allí; algo que ayude a comprender lo que la Iglesia tiene que ver en cuanto a su misión.

Al explicar la intención de su comentario, el Papa llegó a decir que “en Aparecida Dios ofreció su propia madre a Brasil” y reveló “su propio ADN”. Si bien el Evangelio trata de Dios dando Su Hijo al mundo, aquí Francisco habla de Dios ofreciendo su madre. ¡Esto no es meramente un asunto de minucias teológicas!

Según el Papa, la lección de Aparecida tiene que ver con la humildad de los pescadores y su afán de comunicar a los demás su descubrimiento. Esta es la “clave interpretativa para la misión de la Iglesia”: humildad y misión.

Nótese que estamos hablando de la recuperación de una estatua de María que ha llegado a ser una atracción mundialmente famosa para millones de personas. El Evangelio se basa en un grupo de humildes pescadores que son llamados por Jesús a seguirle y hablar a los demás sobre El. Francisco aquí habla sobre unas gentes que encontraron a María y se convirtieron en misioneros por ella. De nuevo, ¡esto no es una pequeña diferencia!

MARIANISMO TERRITORIAL
En Aparecida está el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, un centro mariano que es muy querido por el Papa Bergoglio.

Antes del WYD, en su discurso del 24 de Julio, Francisco dijo: “¡Qué alegría que siento cuando vengo a la casa de la madre de todos los brasileños, el Santuario de nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma, visité la Basílica de Santa María la Mayor en Roma, para encomendar mi ministerio como Sucesor de Pedro a Nuestra Señora. Hoy he venido aquí para pedir a María nuestra Madre por el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud y para poner a sus pies la vida de los pueblos de Latinoamérica”.

Aquí nos encontramos con algunos puntos en común del marianismo de Francisco:

– La prioridad de su devoción mariana.
– Su primer acto como Papa fue un acto mariano.
– Su creencia de que la función papal debería encomendarse a María.
– Su plegaria a María por el éxito del WYD.
– Su dedicación a María de los pueblos de América Latina.

Esta frase resume el centro del marianismo de Francisco. Lo que es todavía más sorprendente, sin embargo, es su comprensión “territorial” de Aparecida. Cuando dice que María es la madre de “todos los brasileños”, está aplicando un alcance “territorial” de su religión, como si cada brasileño, a pesar del pluralismo religioso que marca a Brasil fuera, no obstante, un hijo de María.

Esta actitud refleja como es de difícil para una cultura mayoritariamente católico romana aceptar el hecho de que María puede ser la madre de los brasileños católico romanos, pero no de aquellos que pueden tener un gran respeto para la María bíblica pero sin convertirla en alguien digno de ser venerado.

Cuando el papa Francisco habla extensamente de “misión”, “difusión” y “encuentro con Cristo” -un lenguaje que parece muy evangélico- se debe ser consciente que el fondo de todo esto se halla entre Trento y Aparecida. El se mantiene entre el énfasis de la Contrarreforma en un Evangelio sinérgico y la actitud “misional” que puede encontrarse en su concienzudo marianismo.

 

63. Same Word, Different World. The Roman Catholic Doctrine of Regeneration

(this article appears on Credo Magazine, July 2013, pp. 63-71 and is used here with permission: www.credomag.com)

August 2nd, 2013 

The doctrine of regeneration belongs to the core of the biblical view of salvation and is a term that is shared by all Christian traditions in their respective accounts on what it means to be saved. To be regenerated by God is the act by which God himself re-creates life in a otherwise dead person. Regeneration is, therefore, the entry point of a saved life. Surveying the Biblical evidence, Packer summarizes it in this way: Regeneration “means rebirth (palingenesia): it speaks of a creative renovation wrought by the power of God”.[1] On the surface, the theological meaning of the word is pretty clear and all Christian traditions acknowledge it. The difference between them is not so much on the word itself but the theological “worlds” in which they implant the word in order to make sense of it.

A theological word is not a self-contained unit. Though it carries its own semantic weight, it is also defined by when and where it is found, the web of references which are associated with it, who is involved in enacting it as well as the practices that precede, accompany and follow it. In other words, regeneration as a word can have one meaning which is common to all, but regeneration as a doctrine may point to different theological directions depending on the way it is construed.

In what follows we will explore how Roman Catholicism understands the doctrine of regeneration especially as articulated by the 1994 Catechism of the Catholic Church.[2] This magisterial authoritative source is a thoughtful and comprehensive explanation of the Catholic faith and is the best place to come to terms with what the Roman Catholic Church believes about regeneration.

The Vocabulary of Regeneration

One way of pursuing our goal is to examine the vocabulary used by the Catechism as far as regeneration is concerned. There does not seem to be a specific and technical definition of the term, but the Catechism uses the word by associating it with other Biblical and liturgical words and expressions that contribute towards its definition. In doing so it approximately indicates the meaning of regeneration by way of connecting it to similar words.

As a life-giving event, regeneration is related to “new birth” or “re-birth” (e.g. 1213; 1270). Therefore the Catechism translates the Greek-derived word (re-generation) into the birth-related words. In another metaphorical area, regeneration is linked to the transition from darkness to light (e.g. 1250) and to the inner renewal of one’s own self and purification from sin (e.g. 1262). Moreover, regeneration is further associated with entering the kingdom of God (1263). There are Biblical references here and there to support each meaning.

What is most striking however is the relationship that the Catechism envisages between regeneration and the sacrament of baptism. More than its Biblical nuances and theological significance, it is this inherent association that ultimately defines the Roman Catholic understanding of the core of regeneration.

Sacramental Regeneration

As it is well known the Catechism is structured according to the order of the Apostles’ Creed (the profession of faith), followed by the presentation of the sacraments (the celebration of the Christian mystery), the Christian life including the ten commandments (life in Christ), and the life of prayer which is centered on the Lord’s prayer. In this overall framework, it is interesting to notice where regeneration is theologically placed and treated. It is not found in the section on the work of Christ nor in the section on the ministry of the Holy Spirit, but instead comes to the fore in the second part which deals with the sacraments of the Church. Doctrinally, then, regeneration, though organically related to the work of the Triune God, is specifically attached to the sacramental ministry of the Church. From a systematic point of view, the Roman Catholic theological map places regeneration under the rubric of the liturgy of the Church rather than in the chapter on God’s salvation.

More specifically, it is the sacrament of baptism that plays a fundamental role in bringing regeneration about. It is in the context of baptism that the Catholic doctrine of regeneration is spelt out.

 

Holy Baptism is the basis of the whole Christian life, the gateway to life in the Spirit (vitae spiritualis ianua),and the door which gives access to the other sacraments. Through Baptism we are freed from sin and reborn as sons of God; we become members of Christ, are incorporated into the Church and made sharers in her mission: “Baptism is the sacrament of regeneration through water in the word” (1213).

The final quote comes from the 1566 Roman Catechism (II, 2, 5) which was published as a result of the Council of Trent. Notice however that no Scriptural reference is given to support the doctrine, but rather it appears as the combination of different Biblical words which are give a sacramental bent. Such an absence of Biblical support is telling. Indeed, there is no Biblical evidence to support such a weighty doctrinal statement. In the Catechism, baptism is seen as the sacrament which accords freedom from sin and re-birth as children of God. As regeneration is the result of baptism and baptism is administered by the Church, it is syllogistically evident that regeneration does not happen as an act of God’s grace alone, to be received by faith alone, but as an act mediated by the sacrament of the Church who enacts its intended result.

Expanding its teaching on baptism as that which effects regeneration, the Catechism goes on to say that

This sacrament is also called “the washing of regeneration and renewal by the Holy Spirit,” for it signifies and actually brings about the birth of water and the Spirit (1215).

 

This time the language comes directly from Titus 3:5, but fails to indicate that the Biblical passage puts the “washing of regeneration” in the context of God’s goodness and loving kindness, stressing that we are not saved because of “works done by us” but out of “His own mercy”. The focus of the whole passage is God alone working out His loving plan of salvation without any contribution on man’s part nor on the church’s part – any work of any kind. In the Catechism, however, it is the sacrament that “signifies and actually brings about” regeneration. It is the act of baptism that causes the new birth to occur ex opere operato (from the work done). The emphasis has shifted from the merciful God who regenerates out of His sovereign grace to the baptizing Church who performs the sacrament of regeneration. In other words, a major shift has taken place: from the graceful act of divine salvation to the participation of the Church in the saving act, and from the free gift of God to the ecclesiastical sacrament ministered by the priest.

According to the Catechism, the time of regeneration is when baptism is administered. It is the baptized person that is regenerated and therefore enters the sacramental life of the Church in whose sacraments he/she will receive the fullness of salvation.[3] It is through baptism that the person is forgiven  from all sins (1263), made a new creature, adopted as a son of God, becomes a member of Christ, a co-heir with him, and a temple of the Holy Spirit (1265). It is in baptism that the person receives “sanctifying grace, the grace of justification” (1266)[4] and is incorporated into the Church (1267-1270). It is baptism that is the sacramental bond of the unity of Christians (1271), therefore warranting the Roman Catholic view that Christian unity is based on baptism (even though the majority of the baptized ones do not show any sign of regeneration).

The “Sacramental Economy” and Evangelical Confusion

This view of baptismal regeneration is part of the Roman Catholic view of the sacraments. The Catechism defines this theological framework as the “sacramental economy” of the Christian faith (1076). If one reads what the Catechism says about regeneration without grasping what the “sacramental economy” means, one will completely misread it. To put it succinctly, the “sacramental economy” is a view that binds God to act through the sacraments and therefore through the Church.[5] Everything that God does, He does through the sacraments. His grace comes to us through the sacraments. His salvation reaches us through the sacraments. His work impacts us through the sacraments. The problem is not the recognition of the Biblical importance of the sacraments, but their exclusivity in terms of what God can do. In the background of the sacraments, there is always the Church that administers them, having therefore a fundamental role in mediating God’s actions. The word regeneration means new birth received from God, but the world of the “sacramental economy” makes it a Church affair because God is believed to bind Himself to work only through the sacraments of the Church. His grace is always a mediated grace through the Church.

This point is crucial even beyond the specific topic under consideration. When Evangelicals deals with Roman Catholic theology, they tend to overlook the “sacramental dimension” of the Roman Church. They analyze common words, common concerns, and common language in an atomistic way and may come to the conclusion that the old divisions are over because the language is similar.

For example, this is the case in the book Is the Reformation Over? by Mark Noll and Carolyn Nystrom.[6] In a useful chapter which highlights the contents of the  Catechism of the Catholic Church, the authors argue that “evangelicals can embrace at least two-thirds” of it (119), and that it stems from “common orthodoxy” based on the ancient Trinitarian and Christological creeds. Later, they admit that when the Catechism speaks of Christ, it interweaves Him to the Church to the point of making them one (147; 149), which is unacceptable for Evangelicals who consider the exaltation of a created reality an instance of idolatry.

So, on the one hand, there is an apparent “common orthodoxy” and on the other, there is a profound difference on the doctrines of Christ, the Church, salvation, etc. Therefore, here is the key question: how can Evangelicals accept “two-thirds” of the Catechism if this document speaks of the (Roman Catholic) Church whenever it speaks of Christ, the Spirit, the Trinity, and regeneration? Evangelicals find it difficult to discern the “sacramental economy” in the Roman Catholic teachings and the result is that they easily misinterpret them, limiting their analysis to surface matters, failing to grasp the whole. Yet, the sacramental economy keeps the system together and makes it coherent. If one fails to appreciate it, he misses the whole point of it.

In dealing with Roman Catholicism, especially in times of mounting ecumenical pressure, Evangelical theology should attempt to go beyond the single, detached statements and seek to get a grip on the internal framework of reference Roman Catholic theology uses. Roman Catholic theology is more than the sum of its words. It is rather a complex, yet coherent system based on the “sacramental economy” whereby God is bound to act through the sacraments of the Church.

The Dividing Line

Surveying the tenets of the Evangelical Faith, J.I. Packer and Tom Oden remind us that “Evangelicalism characteristically emphasizes the penal-substitutionary view of the cross and the radical reality of the Bible-taught, Spirit-wrought inward change, relational and directional, that makes a person a Christian (new birth, regeneration, conversion, faith, repentance, forgiveness, new creation, all in and through Jesus Christ)”.[7] Regeneration is this inward change wrought by the Spirit that brings life to those who were dead in their sins. For the Catechism, this is a defective definition in that it lacks the reference to the “sacramental economy” whereby the Church that administers the sacrament of baptism that brings about regeneration. The Roman Catholics in defining regeneration use the same words but put them in a different world, that of a “sacramental economy”, one that has precluded Sola gratia. So the difference between the Evangelical and the Roman Catholic understanding of regeneration does not lie in some exegetical detail or theological minutia. Instead, it centers on nothing less than how God works out his work of salvation.

 



[1] J.I. Packer, God’s Words. Studies in Key Biblical Themes (Grand Rapids, MI: Baker Book House Co., 1988) p. 149.

[2] Quotations will be taken by Catechism of the Catholic Church (London: Geoffrey Chapman, 1994). The electronic text can be found at http://www.vatican.va/archive/ENG0015/_INDEX.HTM.

[3] This whole section of the Catechism echoes or quotes the Vatican II’s Dogmatic Constitution on the Church, Lumen Gentium, 11.

[4] These terms here are confusing for a Protestant reader: “sanctifying grace” is defined as “the grace of justification”, therefore significantly blurring sanctification and justification. Ecumenical advocates tell us that the 1997 unofficial document “The Gift of Salvation” and the 1999 official Roman Catholic-Lutheran “Joint Declaration on the Doctrine of Justification” reached a substantial agreement on sola fide. The reality is that the Catechism (which is far more authoritative than the just mentioned texts) keeps on confusing sanctification and justification, as the Council of Trent had done in the XVI century.

[5] In a more technical way, the Catechism speaks of the “sacramental economy” as “the communication of the fruits of Christ’s Paschal mystery in the celebration of the Church’s sacramental liturgy” (1076). One would need another article to begin to unpack this dense sentence.

[6] M.A. Noll and C. Nystrom, Is the Reformation Over? An Evangelical Assessment of Contemporary Roman Catholicism (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2005).

[7] James I. Packer – Thomas C. Oden, One Faith. The Evangelical Consensus (Downers Grove, IL: IVP, 2004) p. 160.

63. La regeneración ¿sacramento o sólo gracia?

18 DE AGOSTO DE 2013

La doctrina de la regeneración pertenece al núcleo de la visión bíblica de la salvación y es un término que es compartido por todas las tradiciones cristianas en sus consideraciones respectivas en cuanto a lo que significa ser salvo.
Ser regenerado por Dios es el acto por el cual Dios mismo vuelve a crear la vida de otra manera en una persona muerta.
La regeneración es, por consiguiente, el punto de entrada de una vida salvada. Reconociendo la evidencia bíblica, Packer lo resume de esta forma: Regeneración “significa renacer (palingenesia): habla de una renovación creativa forjada por el poder de Dios”. [i]
En la superficie la acepción de la palabra es bastante clara y todas las tradiciones cristianas la reconocen. La diferencia entre ellas no está tanto en la palabra en sí misma sino en los “universos” teológicos en los que establecen la palabra con el fin de darle sentido.
Una palabra teológica no es una unidad independiente. Aunque posee su propio peso semántico, también está definida por el contexto en se encuentra, la red de referencias que están asociadas con la misma, quien está implicado en promulgarla y también las prácticas que la preceden, la acompañan y la siguen. En otras palabras, la regeneración como vocablo puede tener un significado que es común para todos, pero la regeneración como doctrina puede señalar diferentes direcciones teológicas dependiendo de la manera en que se interpreta.
A continuación exploraremos como entiende el catolicismo romano la doctrina de la regeneración especialmente tal como está expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1994. [ii]  Esta fuente autoritativa magisterial es una explicación reflexiva y comprensiva de la fe católica y es el mejor sitio para entender lo que la Iglesia católico romana cree sobre la regeneración.
CATECISMO Y REGENERACIÓN

Nuestro objetivo es examinar el vocabulario utilizado por el Catecismo en cuanto a la regeneración se refiere. No parece que haya una definición técnica y específica del término, pero el Catecismo usa la palabra asociándola con otros vocablos y expresiones litúrgicas y bíblicas que contribuyen a su definición. Al hacerlo así indica aproximadamente el significado de la regeneración por el modo de conectarla con palabras similares.
Como un evento dado por la vida, la regeneración se relaciona con un “nuevo nacimiento” o un “re-nacimiento” (p.e. 1213; 1270). Por tanto, el Catecismo traduce la palabra derivada del griego (re-generación) por las palabras relacionadas con el nacimiento.
En otra área metafórica, la regeneración se vincula a la transición de la oscuridad a la luz (p.e. 1250) y a la renovación interior de uno mismo y la purificación de los pecados (p.e. 1262). Por otra parte, la regeneración está además asociada con la entrada en el Reino de Dios (1263). Hay referencias bíblicas en todas partes para apoyar cada uno de los significados.
No obstante, lo que es más sorprendente es la relación que el Catecismo contempla entre la regeneración y el sacramento del bautismo. Más que sus matices bíblicos y su significancia teológica, es esta inherente asociación lo que en última instancia define el entendimiento de los católico romanos de lo que es el núcleo de la regeneración.
REGENERACIÓN SACRAMENTAL

Como es bien sabido, el Catecismo está estructurado según el orden del Credo de los Apóstoles (la profesión de fe), seguido por la presentación de los sacramentos (la celebración del misterio cristiano), la vida cristiana incluyendo los diez mandamientos (vida en Cristo), y la vida de plegaria que está centrada en la oración del Señor.
En este marco general, es interesante notar donde está colocada y tratada la regeneración teológicamente. No se encuentra en la sección sobre la obra de Cristo ni en la sección acerca del ministerio del Espíritu Santo, sino que pasa a primer plano en la segunda parte que se ocupa de los sacramentos de “la” Iglesia.
Entonces, doctrinalmente, la regeneración, aunque orgánicamente relacionada con la obra del Dios Trino, está expresamente unida al ministerio sacramental de la Iglesia. Desde un punto de vista sistemático, el mapa teológico católico romano coloca la regeneración bajo la rúbrica de la liturgia de la Iglesia antes que en el capítulo que habla de la salvación de Dios.
Más concretamente, es el sacramento del bautismo que juega un papel fundamental para producir la regeneración. Es en el contexto del bautismo donde la doctrina católica de la regeneración se explica detalladamente.
El Santo Bautismo católico es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu (vitae spiritualis ianua) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios; llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a “la” Iglesia y hechos partícipes de su misión: “El Bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra” (1213).
La cita final procede del Catecismo Romano de 1566 (II, 2, 5), que se publicó como resultado del Concilio de Trento.
Nótese, sin embargo, que no hay ninguna referencia de las Escrituras para apoyar esta doctrina, sino que más bien parece la combinación de diferentes palabras bíblicas a las que se ha dado una predisposición sacramental.
Esta ausencia de soporte bíblico es reveladora. En efecto, no hay ninguna evidencia bíblica para apoyar tan importante afirmación doctrinal. En el Catecismo, el bautismo es visto como el sacramento que pacta la liberación del pecado y el re-nacimiento como hijos de Dios. Como la regeneración es el resultado del bautismo y el bautismo es administrado por “la” Iglesia, es silogísticamente evidente que la regeneración no ocurre como un acto de la sola gracia de Dios, recibida por la fe sola, sino como un acto mediado por el sacramento de la Iglesia que promulga el resultado deseado.
Ampliando su enseñanza sobre el bautismo como el que efectúa la regeneración, el Catecismo continúa diciendo que “este sacramento es llamado también ‘baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo’, porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu (1215).
Esta vez el lenguaje proviene directamente de Tito 3:5, pero falta indicar que el pasaje bíblico pone el “baño de regeneración” en el contexto de la bondad y la misericordia de Dios, subrayando que no somos salvos a causa de “las obras hechas por nosotros” sino por “Su propia misericordia”. El centro de todo el pasaje es sólo Dios elaborando su amoroso plan de salvación sin ninguna contribución de cualquier obra de ningún tipo por parte del hombre ni de la iglesia. No obstante, en el Catecismo, es el sacramento que “significa y realmente lleva a cabo” la regeneración. Es el acto del bautismo que hace que el nuevo nacimiento acontezca  ex opere operato  (por las obras realizadas).
El énfasis se ha desplazado desde el Dios misericordioso que regenera a causa de Su soberana gracia a la Iglesia bautizante que realiza el sacramento de la regeneración. En otras palabras, ha tenido lugar un cambio importante: desde el acto de la divina salvación lleno de gracia a la participación de la Iglesia en el acto salvador y desde el don gratuito de Dios al sacramento eclesiástico ministrado por el sacerdote.
Según el Catecismo, el momento de la regeneración tiene lugar cuando se administra el bautismo. Es la persona bautizada la que es regenerada y, por tanto, ingresa en la vida sacramental de la Iglesia con cuyos sacramentos él/ella recibirá la plenitud de la salvación. [iii]  Es a través del bautismo que la persona es perdonada de todos sus pecados (1263), hecha una nueva criatura, adoptada como un hijo de Dios, convertida en miembro de Cristo, coheredera con El y templo del Espíritu Santo (1265).
Es en el bautismo que la persona recibe “la gracia santificante, la gracia de la justificación” (1266) [iv]  y es incorporada a la Iglesia (1267-1270). Es el bautismo lo que constituye el vínculo sacramental de la unidad de los cristianos (1271), garantizando, por tanto, el punto de vista católico romano de que la unidad de los cristianos se basa en el bautismo (a pesar de que la mayoría de los bautizados no muestre ningún signo de regeneración).
“ECONOMÍA SACRAMENTAL” Y CONFUSIÓN EVANGÉLICA

Esta visión de la regeneración bautismal es parte del enfoque católico romano de los sacramentos. El Catecismo define este marco teológico como la “economía sacramental” de la fe cristiana (1076). Si se lee lo que dice el Catecismo sobre la regeneración sin captar bien lo que significa la “economía sacramental” se malinterpretará completamente.
Para exponerlo sucintamente, la “economía sacramental” es un punto de vista que obliga a Dios a actuar a través de los sacramentos y, por consiguiente, a través de la Iglesia.[v]  Todo lo que Dios hace, lo hace por medio de los sacramentos. Su gracia nos llega a través de los sacramentos. Su salvación nos alcanza a través de los sacramentos. Su obra nos impacta a través de los sacramentos. El problema no es el reconocimiento de la importancia bíblica de los sacramentos, sino su exclusividad en términos de lo que Dios puede hacer. En el origen de los sacramentos, siempre está la Iglesia que los administra, teniendo, por lo tanto, un papel fundamental en la mediación de las acciones de Dios. La palabra regeneración significa un nuevo nacimiento recibido de Dios, pero el mundo de la “economía sacramental” la convierte en un asunto de la Iglesia porque se cree que Dios se obliga a sí mismo a actuar únicamente a través de los sacramentos de la Iglesia. Su gracia es siempre una gracia mediatizada a través de la Iglesia.
Este punto es crucial incluso más allá del tema específico bajo consideración. Cuando los evangélicos tratan de la teología católico romana, tienden a pasar por alto la “dimensión sacramental” de la Iglesia romana. Analizan las palabras comunes, las preocupaciones comunes y el lenguaje común de una forma atomística y pueden llegar a la conclusión de que las viejas divisiones están superadas porque las expresiones son similares.
Por ejemplo, éste es el caso que hay en el libro  Is the Reformation Over?  (¿Ha terminado la Reforma?) de Mark Noll y Carolyn Nystrom. [vi]  En un valioso capítulo que pone de relieve los contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica, los autores argumentan que los “evangélicos pueden abrazar al menos dos tercios del mismo” (119) y que esto se deriva a partir de la “ortodoxia común” basada en los antiguos credos cristológicos y trinitarios. Más adelante, admiten que cuando el Catecismo habla de Cristo, lo entrelaza con la Iglesia hasta el punto de hacerlos uno solo (147; 149), lo cual es inaceptable para los evangélicos que consideran la exaltación de una realidad creada un ejemplo de idolatría.
Así, por una parte, existe una aparente “ortodoxia común” y por la otra, hay una profunda diferencia sobre las doctrinas de Cristo, la Iglesia, la salvación, etc.
Por consiguiente, aquí está la pregunta clave: ¿cómo pueden los evangélicos aceptar “dos tercios” del Catecismo si este documento habla de la Iglesia (Católico Romana) siempre que habla de Cristo, del Espíritu, de la Trinidad y de la regeneración? Los evangélicos hallan difícil discernir la “economía sacramental” en las enseñanzas católico romanas y el resultado es que fácilmente las malinterpretan, limitando su análisis a los asuntos superficiales, sin alcanzar a comprender la totalidad. Sin embargo, la economía sacramental mantiene el sistema unido y hace que sea coherente. Si se falla en apreciar esto, se pierde el punto clave de todo ello.
Al tratar con el catolicismo romano, especialmente en tiempos de una creciente presión ecuménica, la teología evangélica debería intentar ir más allá de las afirmaciones separadas y simples y tratar de obtener un control sobre el marco interno de referencia que usa la teología católico romana. La teología católico romana es más que la suma de sus palabras. Es más bien un complejo, aunque coherente sistema basado en la “economía sacramental” por lo que Dios está obligado a actuar a través de los sacramentos de la Iglesia.
LA LÍNEA DIVISORIA

Estudiando los principios de la fe evangélica, J.I. Packer y Tom Oden nos recuerdan que “el evangelicalismo subraya de forma característica la visión penal-sustitutiva de la cruz y la realidad radical de la enseñanza de la Biblia, el cambio interior forjado por el Espíritu, relacional y direccional, que hace cristiana a una persona (el nuevo nacimiento, la regeneración, la conversión, la fe, el arrepentimiento, el perdón y la nueva creación, todo en y a través de Jesucristo)”[vii] 
La regeneración es un cambio interior forjado por el Espíritu que lleva la vida a aquellos que estaban muertos en sus pecados. Para el Catecismo, ésta es una definición defectuosa en tanto que carece de la referencia a la “economía sacramental” por la que “la” Iglesia que administra el sacramento del bautismo provoca la regeneración.
Los católico romanos cuando definen la regeneración utilizan las mismas palabras pero las ponen en un mundo diferente, el de la “economía sacramental”, uno que ha excluido la Sola gratia.
De este modo, la diferencia de la comprensión de la regeneración entre los evangélicos y los católico romanos no radica en algún detalle exegético o en una minucia teológica, sino que se centra nada menos que en la forma en que Dios resuelve su obra de la salvación.
 Traducción: Rosa Gubianas
 (Este artículo está publicado en Credo Magazine, Julio 2013, pp.63-71 y se utiliza aquí con autorización:  www.credomag.com )

 


   [i] J.I. Packer,  God’s Words.  (Palabras de Dios). Estudios de temas en clave bíblica (Grand Rapids, MI: Baker Book House Co., 1988) p. 149.
   [ii]  Se tomarán citas del Catecismo de la Iglesia Católica (Londres: Geoffrey Chapman, 1994). Puede encontrarse el texto electrónico en http:/www.vatican.va/archive/ENG0015/_INDEX.HYM.
   [iii]  Toda esta sección del Catecismo imita o cita la Constitución Dogmática LUMEN GENTIUM sobre la Iglesia, (11) del Vaticano II.
   [iv]  Aquí estos términos son confusos para un lector protestante: “la gracia santificante” es definida como “la gracia de la justificación” y, por consiguiente, desenfoca significativamente santificación y justificación. Los defensores ecuménicos nos dicen que el documento no oficial de 1997  “The Gift of Salvation”  (El Don de la Salvación) y la “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, católico-luterana, oficial, de 1999, alcanzaban un sustancial acuerdo sobre la “sola fide”. La realidad es que el Catecismo (que es mucho más autoritativo que los textos que acabamos de mencionar) continúa confundiendo la santificación y la justificación, como había hecho el Concilio de Trento en el siglo XVI.
   [v]  De una manera más técnica, el Catecismo habla de la “economía sacramental” como “la comunicación de los frutos del misterio Pascual de Cristo en la celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia” (1076). Se necesitaría otro artículo para empezar a desempaquetar esta frase tan densa.
   [vi] M.A. Noll y C. Nystrom,  Is the Reformation Over?  (¿Ha terminado la Reforma?) Una valoración evangélica del Catolicismo Romano Contemporáneo (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2005).
   [vii] James I. Packer – Thomas C. Oden,  One faith.  The Evangelical Consensus  (Una fe. El Consenso Evangélico) (Downers Grove, IL: IVP, 2004) p. 160.

 

62. A Church with Two Popes

July 22nd, 2013

There was a time when the Roman Catholic Church had one Pope and an Anti-Pope, fighting against each other. There was even a time when three Popes contended for the office with each of them claiming to be the only true and lawful Pope. These difficult times occurred between the Middle Ages and the early Modern era. Since then, the Roman Catholic Church has always been sure to emphasize that it is the one and only Church, basing this on the fact that it is ultimately governed by one head, i.e. the Pope. The one and only Pope has always been thought of as being an inherent and necessary feature of the oneness and unity of the Church.

The resignation of Pope Benedict XVI in February 2013 has opened a new era. The election of Pope Francis a month later gave the Roman Catholic Church its new leader, but with the former one still living. Since May 2nd both Popes, the reigning one and the emeritus, have lived shoulder to shoulder in the Vatican state in the shadow of Michelangelo’s cupola. Tomorrow’s historians will perhaps consider these facts as watershed events in the historical and theological development of Catholicism. Some critical voices can be heard here and there in conservative circles that envisage the long-term significance of such an innovation. Canon law experts are adamant that the Church still has only one Pope. This is canonically true but it is not the whole truth. Here are some tentative reflections.

Retirement Scheme

The historical pattern of maintaining the unique institution of the Papacy has been to elect a new Pope once the old one had died. True, Canon Law provides for a Pope to retire, but this provision has never been applied in the modern era and was created only for exceptional cases of sudden and unrecoverable sickness. Benedict XVI, however, did not apply it in such an extraordinary circumstance, but instead as if it were an ordinary retirement provision for an aging Pope. Although old and frail, Ratzinger still enjoys relatively good health. He walks, speaks, writes, and is not severely handicapped to the point of not being able to be autonomous in moving around and taking care of himself.

More substantially, the papacy was considered as a life-long office, a “cross” to be carried for the rest of one’s life, its terms coinciding with election (the beginning) and death (the end). The second term is now under question and an addendum, i.e. resignation, has been implemented. A retirement scheme was introduced by Benedict, as if the Papacy were like any other elected role. The exceptionality of the Papacy is now less exceptional and more comparable with other offices. The Pope is less of a once-and-for-all “divinely appointed” figure and more of a pro-tempore (for a time), provisional officer of a religious institution.

Cohabitation

New issues have been raised by Benedict’s retirement. How should a retired Pope be addressed in terms of his titles? How should he dress? Where should he live? What public profile should he have, if any? Ratzinger chose to live in the Vatican and committed himself to keeping a low profile, not travelling, not speaking, and not appearing much. The lauded beginning of Francis’ papacy has now overshadowed the old course. The question remains, however. What if a retired Pope begins to be vocal? What if he intervenes in the affairs of the Church? What if he becomes the leader of a church party? This perhaps will be not the case with Benedict, but now that the door has been opened, who can predict all the possible outcomes for future retired Popes?

The first fruit of the cohabitation was the recent release of the encyclical Lumen Fidei (Light of Faith). It was signed by Francis as his first encyclical but is largely dependent on Benedict XVI’s work. Other measures will be somewhat co-authored. Benedict tried to introduce changes in the curial machine after financial, sexual and administrative scandals undermined the credibility of the institution. It is certain that he spoke about these issues with Francis, hoping that he would take action. Meanwhile, Benedict is in the heart of the Vatican, vigil and alert to what his successor is doing.

Why a Pope?  

Having two living Popes at the same time has the potential to raise further questions about the divine nature of the Papacy. Will it, for example, trigger a long-term revision of the institution? The Papacy started as a historical leadership structure modeled after the Roman imperial pattern. Popes began to function as religious emperors as the Roman ones began to fade away. It was subsequently given a dogmatic status to the point of defining it as a de iure divino (according to divine law) office. Vatican I (1870) divinized the papacy by making the pope “infallible” when he exercises his teaching role. Now, Ratzinger’s resignation “humanizes” it by showing that this office is like any other human responsibility, i.e. temporary and subject to human weakness. Moreover, the Roman Catholic Church has a reigning Pope and a retired Pope living next to each other. Meanwhile, Pope Francis has inaugurated a style that seems to be light years away from the imperial pattern of the last 1500 years.

The ultimate question, however, is not the number of Popes, nor the contrast between a royal and a sober style. The hope is that all this will cause many Catholics to reflect on the nature of the Papacy beyond traditional dogmatic assertions and superficial apologetic arguments. Is it not the time to launch a radical re-thinking of the Papacy in light of Scripture?

62. ¿1 Papa + 1 Papa = 1 Papa?

Perspectiva teológica evangélica del actual catolicismo vaticano

28 DE JULIO DE 2013

Hubo un tiempo en que la Iglesia Católico Romana tenía un Papa y un Anti-Papa, que luchaban ambos entre sí. Existió incluso una época en la cual tres Papas contendían por el cargo, alegando cada uno ser el único Papa legal y verdadero. Estos momentos difíciles tuvieron lugar entre la Edad Media y la temprana Era Moderna. Desde entonces, la Iglesia Católico Romana se ha asegurado siempre de destacar que es una y la única Iglesia, basándose en el hecho de que está definitivamente gobernada por una cabeza, o sea, el Papa. El uno y único Papa siempre está concebido para que sea una característica inherente y necesaria de la unicidad y la unidad de la Iglesia.

La dimisión del Papa Benedicto XVI en Febrero de 2013 ha abierto una nueva era.

La elección del Papa Francisco un mes más tarde dio a la Iglesia Católico Romana (ICAR) su nuevo líder, pero el anterior todavía vive. Desde el 2 de Mayo los dos Papas, el reinante y el emérito, han vivido hombro a hombro en el estado Vaticano a la sombra de la cúpula de Miguel Angel.

Los historiadores de mañana puede que consideren estos hechos como los acontecimientos de una línea divisoria en el desarrollo teológico e histórico del catolicismo. Se oyen voces críticas, aquí y allá, en los círculos conservadores que prevén el significado a largo plazo de esta innovación.

Los expertos en derecho canónico se mantienen firmes en que la ICAR todavía tiene un único Papa. Esto canónicamente es verdad, pero no es toda la verdad. He aquí algunas reflexiones provisionales.

UN PLAN DE JUBILACIÓN
El modelo histórico de sustentar la institución única del Papado ha sido el de elegir un nuevo Papa cuando el último ha fallecido. Es verdad que el derecho canónico provee normas para que un Papa pueda jubilarse, pero esta provisión nunca se ha aplicado en la era moderna y se creó sólo para los casos excepcionales de una enfermedad repentina e irrecuperable.

No obstante, el caso de Benedicto XVI no se adapta a esta circunstancia extraordinaria, sino más bien a una disposición ordinaria de jubilación para un Papa envejecido. Aunque anciano y frágil, Ratzinger disfruta todavía de relativamente buena salud. Pasea, habla, escribe y no está gravemente discapacitado hasta el punto de no poder ser autónomo para moverse y cuidar de sí mismo.

Más sustancialmente, el papado era considerado un ministerio permanente, una “cruz” para llevar el resto de la vida, cuyos plazos coincidían con la elección (el comienzo) y la muerte (el final). El segundo plazo está ahora cuestionado y en un anexo, es decir, la dimisión que ha sido implantada. Benedicto introdujo un plan de jubilación, como si el Papado fuera igual que cualquier otro rol elegido. La excepcionalidad del Papado es ahora menos excepcional y más comparable con los demás cargos. El Papa se queda en menos de una figura “designada por decreto divino de una vez y para siempre” y en más de un oficial provisional de una institución religiosa escogido pro-tempore (por algún tiempo).

LA COHABITACIÓN
La dimisión de Benedicto ha planteado nuevos problemas. ¿Cómo debe ser tratado un Papa retirado en función de sus títulos? ¿Cómo debe vestir? ¿Dónde debe vivir? ¿Qué perfil público debe tener, si tiene que tener alguno? Ratzinger eligió vivir en el Vaticano y se comprometió a mantener un perfil bajo, a no hablar y a no aparecer mucho en público. El alabado comienzo del papado de Francisco ha eclipsado el antiguo curso. Sin embargo, las preguntas permanecen. ¿Qué ocurrirá si un Papa jubilado empieza a expresar su opinión? ¿Y si interviene en los asuntos de la Iglesia? ¿Y si se convierte en el líder de un partido eclesiástico? Todo esto probablemente no será el caso con Benedicto, pero ahora que la puerta se ha abierto, ¿quién puede predecir las posibles consecuencias con los futuros Papas retirados?

El primer fruto de la cohabitación fue la reciente publicación de la encíclica  Lumen Fidei  (La Luz de la Fe). La firmó Francisco como su primera encíclica pero depende en gran medida de la obra de Benedicto XVI. Otras medidas serán tomadas, hasta cierto punto, en coautoría. Benedicto intentó introducir cambios en la maquinaria curial después de los escándalos administrativos, sexuales y financieros que socavarían la credibilidad de la institución. Lo cierto es que él habló acerca de estos temas con Francisco, con la esperanza de que iba a tomar medidas. Entretanto, Benedicto está en el corazón del Vaticano, atento y alerta a lo que su sucesor pueda llevar a cabo.

¿POR QUÉ UN SOLO PAPA?
El hecho de haber dos Papas vivos al mismo tiempo tiene el potencial de aumentar las preguntas sobre la naturaleza divina del Papado. Por ejemplo, ¿provocará esto que se desencadene a largo plazo una revisión de la institución?

El Papado empezó como una estructura de liderazgo histórico tomando como modelo el patrón imperial romano. Los Papas empezaron a funcionar como emperadores religiosos a medida que los romanos empezaron a desvanecerse. Se le dio posteriormente un estatus dogmático hasta el punto de definirlo como un cargo  de iure divino  (según el derecho divino).

El Vaticano I (1870) divinizó el Papado haciendo al Papa “infalible” cuando ejercía su función docente. Ahora, la dimisión de Ratzinger lo “humaniza” demostrando que este cargo es como cualquier otra responsabilidad humana, o sea, temporal y sujeto a la debilidad humana. Por otra parte, la Iglesia Católico Romana tiene un Papa reinante y un Papa retirado viviendo uno al lado del otro. Entretanto, el Papa Francisco ha inaugurado un estilo que parece estar a años luz del modelo imperial de los últimos 1500 años.

El asunto definitivo, no obstante, no es el número de Papas ni el contraste entre un estilo regio y otro sobrio. La esperanza es que todo ello origine que muchos católicos reflexionen sobre la naturaleza del Papado más allá de las afirmaciones dogmáticas tradicionales y los argumentos apologéticos superficiales. ¿No ha llegado la hora de lanzar un replanteamiento radical del Papado a la luz de las Escrituras?